CON EL BURRO A CUESTAS

Me recuerdo a mi mismo a veces a la hora de escribir que tengo que ser yo mismo, valga la redundancia; que no puedo caer en el error de intentar agradar a los demás distorsionando mi opinión, porque, aparte de que entonces no sería sincero estaría intentando un imposible.
Esta pequeña anécdota está presente muchas veces cuando cojo la pluma (siglo XXI, léase teclado):
Un anciano iba caminando con un niño, tirando de un burro; al pasar por un pueblo, la gente del lugar comenzó a criticarle, diciendo que podían ir montados en el burro y así viajar descansados. El anciano les hizo caso y se montó en el burro con el niño; al pasar por el siguiente pueblo la gente le criticó por ir los dos montados en el burro, ya que el pobre animal llevaba una pesada carga; entonces el anciano se bajó del burro y continuó solo con el niño subido en él. En el siguiente pueblo la gente criticó que el anciano fuera a pie y el niño que era más joven subido en el burro; el anciano se cambió entonces con el niño y continuó el camino con éste a pie y el montado; en el pueblo siguiente la gente criticó que el anciano, con lo mayor que era, fuese andando y el niño, lleno de juventud, subido en el animal.
Al final, el pobre anciano fue visto llevando al burro a cuestas camino del siguiente pueblo; y seguro que más de uno pensaría: “Este tío está loco; lleva el burro a cuestas en vez de ir subido en él.”
Si intentamos agradar a los demás cuando desarrollamos nuestras actividades, estaremos perdiendo nuestra personalidad y cosechando un fracaso estrepitoso. Ello no quiere decir que dejemos de ser amables, correctos, comedidos y tratemos a la gente con respeto, diciendo lo que tengamos que decir sin acritud.

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