EL SARGENTO "ROMERON" Y EL NIÑO MOSCARDON.

Parece que algunos tardan mas que otros, pero al final, todos acaban encontrando “la horma de su zapato”; me refiero a los que van de “chulos” por la vida, chulería que amparan en cierta superioridad que ellos consideran tienen debido a cualquier circunstancia. Eso es lo que le pasó a aquel niño que era un incordiante “moscardón”; se trataba del hijo del coronel del regimiento, que andaba siempre dando la tabarra a todo el mundo y si alguien osaba regañarle enseguida amenazaba con decírselo a su padre. Era obvio que el niño sabía que su padre era el que “repartía el bacalao” en el cuartel; pero cierto día topó con el sargento Romero. El sargento Romero llevaba más años de “mili” que el palo de la bandera; era un tipo alto y corpulento al que llamaban “Romerón” por su porte y su presencia. Aquel día, Romerón estaba apoyado sobre una de las columnas que había a la entrada del cuartel, cuando llegó el “moscardón” y empezó a tirarle bolitas con el capuchón hueco de un bolígrafo. Como no le daba, el niño se acercó sigilosamente a él por detrás y le dio un “cogotazo”. Romerón se volvió tranquilamente, le miró y, sin pensarlo dos veces, le dio al niño una torta con su “pedazo de manopla” que lo puso mirando para Rota. Cuando el niño asimiló que le habían arreado una “guaya”, le señaló con el dedo, mientras decía, furioso:”me ha pegado, me ha pegado; se lo voy a decir a mi padre”.Y Romerón, sin inmutarse y sin moverse del sitio, le contestó: “Díselo a tu padre, corre; y a ti te he dado una torta, pero a tu padre le voy a dar dos”.
Y ahí se acabó la chulería del “moscardón”; cuando el niño vio que le pusieron la cara como un pimiento morrón, y encima el autor de tal barrabasada le dijo que le iba a zurrar también al padre, debió de pensar sin duda que a Romerón no le importaba en absoluto que su padre fuese el coronel, y nunca jamás volvió a incordiar a nadie en el Regimiento, no fuera a ser que hubiese otros “Romerones” dispuestos a ponerle en su sitio. No se puede decir que el método de Romerón fuese admisible (indudablemente había otros sistemas de acabar con la chulería sin calentarle la cara al “angelito” y el Sargento Romerón debería haber sido detenido por maltrato infantil), pero el caso es que el niño encontró “la horma de su zapato”. Sean más o menos ortodoxos los sistemas, o más o menos diplomáticos, la cuestión es que, a todos los que van avasallando con chulería por la vida les llega la hora de encontrarse con “el sargento Romerón”, a veces no en forma de bofetada física.

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