Hace setenta y cinco años se desató la tragedia en nuestro pueblo; mucho se ha escrito y hablado desde entonces sobre esto, a pesar de que nos quisieron imponer el silencio. Escritores, periodistas, políticos, historiadores (incluso extranjeros) han hecho correr rios de tinta sobre lo que pasó en los albores de aquel fatídico año 1933. Hoy, en este setenta y cinco aniversario, uno de los eventos preparados para recordar esta tragedia ha sido una obra de teatro cuyos actores han sido vecinos del pueblo. Mi hijo, que ha participado en ella haciendo dos papeles (de campesino y de guardia de asalto), tenía el otro día la ropa de campesino preparada sobre una silla; sobre ella, descansaba la gorra de guardia de asalto. Me invadieron sentimientos de todo tipo al observar esa estampa, que quizás para cualquier otro hubiese pasado desapercibida, igual que me embargó la emoción durante el desarrollo de la obra, viendo a los actores representar los acontecimientos que mis padres y abuelos me habían narrado tiempo atrás, o ese desgarrador lamento de la actriz que interpretaba a mi bisabuela, a la que le arrebataron un hijo de treinta y tres años.
La historia acontecida a mi familia fue así: el capitán Rojas (un asesino que al final quedó impune), ordenó capturar a un grupo de hombres para dar un escarmiento. Durante los registros, los guardias mataron, torturaron y detuvieron a doce personas. En la choza de mi bisabuela se encontraban ella, el marido, un hijo, una hija (mi abuela) y el marido de esta. LLegaron los guardias; uno de ellos entró dentro y sacó a mi bisabuelo y a su hijo, destrozó un camastro buscando armas y se dirigió a otra parte de la choza donde estaba mi abuelo, no llegando a entrar porque en ese momento alguien llamó a los guardias diciendoles que no cogiesen a nadie más, que ya tenían bastantes. Mi bisabuela salió detrás de los guardias rogando que no se llevasen a sus familiares; uno de los guardias de asalto (otro asesino en potencia -que también quedó impune- porque una persona que hace lo que el hizo no es un guardia ni un hombre, sino un asesino) derribó a mi bisabuela (una anciana de setenta años) al suelo dandole un golpe con el fusil. Posteriormente, uno de los guardias de la localidad tocó a mi bisabuelo en el hombro y le dijo "Abuelo, vuelvase usted para su casa" y él pidió que le volvieran también a su hijo, que no había hecho nada, pero le contestaron que solo le iban a hacer unas preguntas. Poco después escucharon los disparos con los que se consumó la tragedia.
Setenta y cinco años más tarde, desdendientes de los que vivieron aquellos hechos de una u otra manera, viven y conviven en libertad y democracia. Que no se pierda la libertad, que no se pierda la democracia y sobre todo, que esto no vuelva nunca, nunca, a ocurrir.
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