España estaba en guerra contra Francia; los manejos de Napoleón para someternos habían desembocado el año anterior en una sublevación contra la invasión soterrada de nuestro país por parte de los franceses.
Es de destacar la heroica resistencia de los españoles ante asedios como el de Zaragoza, donde los franceses lograron entrar el 1 de febrero de mil ochocientos nueve, justo hoy cuando escrito estas líneas hace doscientos años, después de un asedio anterior de varios meses durante el cual fueron sistemáticamente rechazados.
Una de las tácticas que tuvo más importancia en la Guerra de la Independencia fue la “guerra de guerrillas”. Partidas de hombres, a veces solo de tres a veces compuestas por un auténtico ejército guerrillero (como los ocho mil de Espoz y Mina en Navarra), hostigaban al ejército invasor atacándolo por sorpresa, asestándole un golpe contundente y volviendo a desaparecer; se movían en territorios que conocían a la perfección, atacaban los puntos clave, hostigaban la retaguardia enemiga, interceptaban sus comunicaciones, cortaban sus rutas de abastecimiento... Su movilidad y conocimiento del terreno, así como el apoyo recibido de la población civil, le permitían enfrentarse a fuerzas numéricamente superiores con posibilidades de éxito.
La Guerra de Independencia, descrita por muchos como una guerra del pueblo, fue un vapuleo de éste a las aspiraciones de una persona que en la cima de su país quiso dominar también otros países; ¿para qué tanto orgullo, tanto poder, tanta dominación?
En 1809 también hubo una rebelión en Buenos Aires contra el virrey Santiago Liniers; los protagonistas de la misma son un sector del cabildo que dudan de la lealtad del virrey hacia Fernando VII.
Liniers logra reprimir la revuelta (gracias al apoyo de los jefes de la milicia criolla), pero no puede evitar que se produzcan otras en el virreinato; el imperio español, aquel en cuyos dominios no se ponía el sol, camina a marchas forzadas hacia el derrumbe total.
Es de destacar la heroica resistencia de los españoles ante asedios como el de Zaragoza, donde los franceses lograron entrar el 1 de febrero de mil ochocientos nueve, justo hoy cuando escrito estas líneas hace doscientos años, después de un asedio anterior de varios meses durante el cual fueron sistemáticamente rechazados.
Una de las tácticas que tuvo más importancia en la Guerra de la Independencia fue la “guerra de guerrillas”. Partidas de hombres, a veces solo de tres a veces compuestas por un auténtico ejército guerrillero (como los ocho mil de Espoz y Mina en Navarra), hostigaban al ejército invasor atacándolo por sorpresa, asestándole un golpe contundente y volviendo a desaparecer; se movían en territorios que conocían a la perfección, atacaban los puntos clave, hostigaban la retaguardia enemiga, interceptaban sus comunicaciones, cortaban sus rutas de abastecimiento... Su movilidad y conocimiento del terreno, así como el apoyo recibido de la población civil, le permitían enfrentarse a fuerzas numéricamente superiores con posibilidades de éxito.
La Guerra de Independencia, descrita por muchos como una guerra del pueblo, fue un vapuleo de éste a las aspiraciones de una persona que en la cima de su país quiso dominar también otros países; ¿para qué tanto orgullo, tanto poder, tanta dominación?
En 1809 también hubo una rebelión en Buenos Aires contra el virrey Santiago Liniers; los protagonistas de la misma son un sector del cabildo que dudan de la lealtad del virrey hacia Fernando VII.
Liniers logra reprimir la revuelta (gracias al apoyo de los jefes de la milicia criolla), pero no puede evitar que se produzcan otras en el virreinato; el imperio español, aquel en cuyos dominios no se ponía el sol, camina a marchas forzadas hacia el derrumbe total.
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