Ahora que comienza un nuevo año y, como siempre, decimos “año nuevo, vida nueva” y tenemos propósitos de cambio, no vendría mal hacer una reflexión sobre los motivos que impulsan a los demás en sus acciones (no estoy hablando de conductas delictivas, violentas o reprobables, que ese es otro cantar; me refiero a situaciones cotidianas en la vida con las decisiones inherentes a ellas); estamos acostumbrados a poner etiquetas a los demás. Si hacen esto, “lo hacen porque...”; si hacen aquello “lo hacen porque...”
La vida me ha enseñado que detrás de cada camino, decisión o acción, hay un motivo; no siempre los comprendemos, porque no siempre interpretamos las cosas de la misma manera. Y ello me trae a la mente dos pequeñas historias de mis tiempos de Instituto que reflejan lo que he dicho.
Un día me dejaron un libro titulado “Estudiar no es igual a aburrirse”; era un libro para ayudar a estudiantes, animarles, darles técnicas de estudios, etc... Pues bien, cierta tarde, cuando yo hacia “los deberes”, mi padre pasó por mi lado, se quedó mirando el libro... y me echó una bronca por tenerlo. Yo miraba al libro y a mi padre, alternativamente, pensando que allí estaba fallando algo, porque me estaba diciendo que lo que tenía que hacer era estudiar, esforzarme y tal, y como el libro estaba para eso, no entendía por qué era la bronca; por fin pude reaccionar. “ Pero bueno –le dije-; si este libro es para ayudar en los estudios, y me está siendo de mucha utilidad. Y el contestó: No me engañes. ¿Cómo te va a ser de utilidad un libro que se titula “Estudiar Aburrirse”? Entonces yo fijé la vista en el título del libro y comprendí inmediatamente el problema. El título no esta escrito todo con letras; el “no es igual” estaba escrito con su correspondiente símbolo (el igual con la barra cruzada). Pero él no entendía de símbolos y solo veía las dos palabras que estaban a ambos lados. Cuando le expliqué que aquel símbolo significaba “no es igual a” o “no es igual que”, comprendió perfectamente la utilidad del libro.
Por aquellos tiempos, salió la ley que obligaba a llevar el cinturón de seguridad en los coches, en vías interurbanas; poco después, una noche, un vecino me llevó hasta mi casa. Como yo vivía en las afueras del pueblo e íbamos a circular por carretera, me coloqué diligentemente el cinturón. Y el hombre me dijo: “ahora no hace falta que te pongas el cinturón; es de noche”. Yo asentí y, durante todo el trayecto, estuve “comiéndome el coco” acerca del tema, pensando que era absurdo que hubiese una ley que te obligase a poner el cinturón de día y de noche no. Cuando por fin llegamos, al quitarme el cinturón se lo comenté y el vecino me miró, con un gesto de sorpresa en el rostro y me dijo: "¡que ley ni leches! Lo que pasa es que de noche no te ve la policía". Y ese era el motivo, según él, por el cual no hacia falta ponerse el cinturón de noche.
Solo es un pequeño ejemplo de las muchas cosas erróneas que por las prisas, la dejadez, la intolerancia y otras cincuenta mil cosas no percibimos en los demás; por lo tanto, a veces deberíamos reflexionar antes de actuar y estudiar las motivaciones del otro, lo cual no quiere decir que admitamos que sean correctas.
La vida me ha enseñado que detrás de cada camino, decisión o acción, hay un motivo; no siempre los comprendemos, porque no siempre interpretamos las cosas de la misma manera. Y ello me trae a la mente dos pequeñas historias de mis tiempos de Instituto que reflejan lo que he dicho.
Un día me dejaron un libro titulado “Estudiar no es igual a aburrirse”; era un libro para ayudar a estudiantes, animarles, darles técnicas de estudios, etc... Pues bien, cierta tarde, cuando yo hacia “los deberes”, mi padre pasó por mi lado, se quedó mirando el libro... y me echó una bronca por tenerlo. Yo miraba al libro y a mi padre, alternativamente, pensando que allí estaba fallando algo, porque me estaba diciendo que lo que tenía que hacer era estudiar, esforzarme y tal, y como el libro estaba para eso, no entendía por qué era la bronca; por fin pude reaccionar. “ Pero bueno –le dije-; si este libro es para ayudar en los estudios, y me está siendo de mucha utilidad. Y el contestó: No me engañes. ¿Cómo te va a ser de utilidad un libro que se titula “Estudiar Aburrirse”? Entonces yo fijé la vista en el título del libro y comprendí inmediatamente el problema. El título no esta escrito todo con letras; el “no es igual” estaba escrito con su correspondiente símbolo (el igual con la barra cruzada). Pero él no entendía de símbolos y solo veía las dos palabras que estaban a ambos lados. Cuando le expliqué que aquel símbolo significaba “no es igual a” o “no es igual que”, comprendió perfectamente la utilidad del libro.
Por aquellos tiempos, salió la ley que obligaba a llevar el cinturón de seguridad en los coches, en vías interurbanas; poco después, una noche, un vecino me llevó hasta mi casa. Como yo vivía en las afueras del pueblo e íbamos a circular por carretera, me coloqué diligentemente el cinturón. Y el hombre me dijo: “ahora no hace falta que te pongas el cinturón; es de noche”. Yo asentí y, durante todo el trayecto, estuve “comiéndome el coco” acerca del tema, pensando que era absurdo que hubiese una ley que te obligase a poner el cinturón de día y de noche no. Cuando por fin llegamos, al quitarme el cinturón se lo comenté y el vecino me miró, con un gesto de sorpresa en el rostro y me dijo: "¡que ley ni leches! Lo que pasa es que de noche no te ve la policía". Y ese era el motivo, según él, por el cual no hacia falta ponerse el cinturón de noche.
Solo es un pequeño ejemplo de las muchas cosas erróneas que por las prisas, la dejadez, la intolerancia y otras cincuenta mil cosas no percibimos en los demás; por lo tanto, a veces deberíamos reflexionar antes de actuar y estudiar las motivaciones del otro, lo cual no quiere decir que admitamos que sean correctas.
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