Tendrá ocho o diez años; está en un hospital de uno de esos países azotados por la guerra, el hambre, invasiones extranjeras y leyes religiosas; es una niña; mira, desde su inocencia, con ojos curiosos y tímidos el cacharro que apunta hacia ella. El cacharro es una cámara de televisión que enviará su imagen a todos los rincones del planeta; ella no lo sabe, ni se puede imaginar que millones de personas la están viendo. Yo soy una de ellas; y siento una rabia terrible y una impotencia atroz; porque ella es una víctima, una víctima de los cuatro chalados de siempre, de los cuatro impresentables que tienen la cabeza llena de idealismos dictatoriales, porque se puede ser un idealista respetando a los demás, pero ellos no tienen ningún respeto. Son bazofia, inútiles que no sirven para nada; no saben vivir tranquilamente, empleando su vida en buscarse la ídem sin hacer daño, son inútiles, y por eso se dedican a matar, masacrar y aniquilar, en nombre de un ser superior o en su propio nombre creyéndose superiores a los demás. En todos los países hay varios; comienzan guerras, destruyen hogares, destruyen vidas, rompen sueños... Ella no sabe que a miles de kilómetros de distancia alguien la está mirando, preguntándose, ¿qué podemos hacer?
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