La educación, uno de los pilares básicos de la sociedad, lleva muchos
años en el ojo del huracán, debido a esa guerra,muchas veces treatro, que se traen los partidos políticos. En cada
legislatura, o en cada periodo de gobierno del partido que sea, se forma
una pelotera en torno a la reforma, sustitución o remodelación de la
ley educativa en vigor. Y, por si esto fuera poco, en cada autonomía
tienen sus propias disquisiciones al respecto, gobierne el partido que
gobierne.
En medio de ese huracán hay una comunidad educativa que se las ve y se las desea para ejercer su trabajo y una comunidad escolar que tiene que caminar al son que toque el político de turno.
Las cosas han cambiado mucho, desde mi época de escolar; por aquel entonces, la educación obligatoria era la EGB. Algunos no la acababan, porque antes de los catorce años, que es la edad a la que finalizaba ese periodo, tenían que marcharse a trabajar ya que sus familias no tenían dinero para comer.
Finalizada la Básica, tuve oportunidad de estudiar en un Centro de Formación Profesional recién abierto, que era una sección de otro Centro y donde, a lo largo de todo un año, tuvimos que dar clase en un pasillo ancho, donde se había instalado una pizarra y donde para mitigar el calor en verano se abrían las ventanas y para mitigar el frió en invierno no había solución, salvo la que aportó un compañero electrónico de hacer estufas con un ladrillo y una resistencia, opción que no llegó a ponerse en práctica por falta de medios.
Yo no he entrado a estudiar en profundidad las leyes educativas que hemos tenido ni la que tenemos, ni puedo saber si es buena o es mala, porque son muchos los factores que pueden provocar el fracaso escolar y entiendo que no todo va a ser responsabilidad de la ley. La responsabilidad de la educación está repartida entre la ley, que tiene que proporcionar los medios adecuados y los sistemas idóneos, padres y profesores, que tienen que hacer bien su trabajo, y el alumno, que tiene que poner de su parte el esfuerzo necesario para aprender y sacar adelante el curso.
Pero, dejando de lado opiniones y experiencias sobre la carrera escolar, pienso que la educación no se merece el triste espectáculo que se da en todas las legislaturas; es necesario que una representación de todos los implicados, democráticamente elegida, se sienten en una mesa, mas pronto que tarde y, como si de redactar una Constitución se tratara (que se hizo), redacten una ley de educación, dejando de lado el partidismo y los intereses personales, y quede ahí plasmada, durante una generación, gobierne quien gobierne. Transcurridos esos veinticinco años, nueva reunión, para analizar lo que ha ido bien o ha ido mal y corregir lo que sea necesario y adaptarla a los nuevos tiempos. Puede que veinticinco años sean muchos, quizá la mitad esté bien, pero lo que no podemos seguir es con esta guerra viva, año tras año, curso tras curso, jugando con la educación y el futuro de los jóvenes.
Es otra asignatura pendiente de las que tenemos en España, pero sigue pasando un septiembre tras otro y no la recuperamos. No nos dejan.
En medio de ese huracán hay una comunidad educativa que se las ve y se las desea para ejercer su trabajo y una comunidad escolar que tiene que caminar al son que toque el político de turno.
Las cosas han cambiado mucho, desde mi época de escolar; por aquel entonces, la educación obligatoria era la EGB. Algunos no la acababan, porque antes de los catorce años, que es la edad a la que finalizaba ese periodo, tenían que marcharse a trabajar ya que sus familias no tenían dinero para comer.
Finalizada la Básica, tuve oportunidad de estudiar en un Centro de Formación Profesional recién abierto, que era una sección de otro Centro y donde, a lo largo de todo un año, tuvimos que dar clase en un pasillo ancho, donde se había instalado una pizarra y donde para mitigar el calor en verano se abrían las ventanas y para mitigar el frió en invierno no había solución, salvo la que aportó un compañero electrónico de hacer estufas con un ladrillo y una resistencia, opción que no llegó a ponerse en práctica por falta de medios.
Yo no he entrado a estudiar en profundidad las leyes educativas que hemos tenido ni la que tenemos, ni puedo saber si es buena o es mala, porque son muchos los factores que pueden provocar el fracaso escolar y entiendo que no todo va a ser responsabilidad de la ley. La responsabilidad de la educación está repartida entre la ley, que tiene que proporcionar los medios adecuados y los sistemas idóneos, padres y profesores, que tienen que hacer bien su trabajo, y el alumno, que tiene que poner de su parte el esfuerzo necesario para aprender y sacar adelante el curso.
Pero, dejando de lado opiniones y experiencias sobre la carrera escolar, pienso que la educación no se merece el triste espectáculo que se da en todas las legislaturas; es necesario que una representación de todos los implicados, democráticamente elegida, se sienten en una mesa, mas pronto que tarde y, como si de redactar una Constitución se tratara (que se hizo), redacten una ley de educación, dejando de lado el partidismo y los intereses personales, y quede ahí plasmada, durante una generación, gobierne quien gobierne. Transcurridos esos veinticinco años, nueva reunión, para analizar lo que ha ido bien o ha ido mal y corregir lo que sea necesario y adaptarla a los nuevos tiempos. Puede que veinticinco años sean muchos, quizá la mitad esté bien, pero lo que no podemos seguir es con esta guerra viva, año tras año, curso tras curso, jugando con la educación y el futuro de los jóvenes.
Es otra asignatura pendiente de las que tenemos en España, pero sigue pasando un septiembre tras otro y no la recuperamos. No nos dejan.
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